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Los valores de la decadencia

Las buenas costumbres se relajan, se envilecen de a poco en poco, lentamente, casi sin que uno se dé cuenta. Una palabra soez por allí, una pequeña mentira por allá, tolerar la grosería de vez en cuando, hasta volverse chabacano y ofensivo pensando que eso es gracioso.

.
Warren Orbaugh |
14 de agosto, 2023

La corrupción no es solo de los gobernantes. La corrupción puede alcanzar a cualquiera. Mina la honestidad de quien no es firme en sus convicciones. Corrompe el código de honor de quien no es suficientemente noble.

Muchos jóvenes guatemaltecos han sido expuestos al Código de Honor Scout. Han jurado vivir según esos preceptos que dicen: «El scout cifra su honor en ser digno de confianza. El scout es leal. El scout es útil y servicial. El scout es amigo de todos y hermano de cualquier otro scout. El scout es cortés y educado. El scout ama y protege la naturaleza. El scout es responsable y no hace nada a medias. El scout es animoso ante peligros y dificultades. El scout es trabajador, austero y respeta el bien ajeno. El scout es limpio y sano, puro en pensamientos, palabras y acciones.»

Muchos otros muchachos no han conocido dicho código, pero han sido expuestos a normas similares en sus hogares, escuelas e iglesias.

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Lamentablemente otros imberbes no han conocido ninguna de estas reglas de comportamiento en sociedad y crecen como salvajes. Viven como animales según la ley de la selva, desconfiando de todos, resentidos, envidiosos, deseando lo ajeno, robando y existiendo en confrontación perenne.

Recuerdo cuando fui a estudiar, como becado Fulbright, a la Universidad de Virginia en Charlottesville, y la primera noche dormí en un albergue para estudiantes. El dormitorio era un salón en el primer piso con unas 12 camas. Sólo había dos estudiantes. Antes de dormir, procedí a cerrar las ventanas que daban a la calle. El otro estudiante me dijo: «¿Qué haces? ¿Estás loco?» Ciertamente hacía mucho calor. Yo le expliqué que las cerraba por nuestra seguridad. No fuera ser que, durante la noche, mientras dormíamos, se entrara un ladrón y se llevara nuestras pertenencias. Se rio de mí y me dijo: «Eso no pasa aquí».

Pronto descubrí lo que era vivir en una comunidad de seres racionales, un reino universal de los fines como miembro, donde cada uno es concebido y tratado como un fin en sí mismo, donde uno es autónomo y, por tanto, concibe sus máximas como ley universal por la que también se rige. Donde uno pertenece a éste como su cabeza, cuando como hacedor de leyes uno mismo es sujeto de la voluntad de ningún otro. Un reino, una unión sistemática de diferentes seres racionales bajo leyes comunes.

El primer atisbo lo tiene uno al entrar al campus donde es saludado por una frase de Thomas Jefferson, el fundador y creador de la universidad: «Aquí, no tememos seguir la verdad a donde sea que conduzca, ni tolerar cualquier error en tanto la razón sea libre para combatirlo.»

Pronto vi que la gente en el pueblo dejaba encendido su automóvil en el parqueo (para mantenerlo a una temperatura agradable, tanto en verano como en invierno) al ir de compras al supermercado. Hacían sus compras y al regresar a su vehículo, éste estaba allí intacto. Las casas nunca estaban cerradas con llave. Las gentes amables, corteses y serviciales eran totalmente dignas de confianza. En los bancos no pedían que uno se identificara al cobrar un cheque. Los periódicos se ponían en una bandeja, cada uno tomaba el suyo y dejaba el pago en una caja que estaba a un lado. Jamás se le pasaba por la mente a alguien robarse el diario. Nadie vigilaba a los estudiantes en un examen. Ningún estudiante hacía trampa. Todo el mundo regía su conducta por un código de honor dirigido por los estudiantes y que se esparcía a toda la población. El ideal de comportarse como un caballero o como una dama pervivía en el ambiente. Hasta el nombre de los equipos deportivos lo enfatizaba: «Cavaliers» (Caballeros).

¡Qué diferente a mi Guatemala! ¿Pero, por qué no podríamos nosotros ser así?

Las buenas costumbres se relajan, se envilecen de a poco en poco, lentamente, casi sin que uno se dé cuenta. Una palabra soez por allí, una pequeña mentira por allá, tolerar la grosería de vez en cuando, hasta volverse chabacano y ofensivo pensando que eso es gracioso. Luego escala a hacer trampa en los exámenes, colarse en la cola, no ceder el asiento del bus a ancianas o mujeres embarazadas, plagiar ensayos y no respetar la propiedad ajena. «¡Qué tonto el que teniendo la oportunidad no roba!» exclama el corrompido. La depravación aumenta cuando ya no sólo se tolera tan despreciable comportamiento, sino que en lugar de denunciarlo y condenarlo se valora, se admira, se considera “listo” a quien exhibe tal conducta. El envilecimiento es casi total cuando llega al desenfreno sexual, la pedofilia, la transexualidad o transidentidad y la pretensión de pervertir a los niños. Culmina la descomposición y depravación con el abandono de la razón, de toda lógica como guía de conducta y en su lugar regirse por caprichos, inclinaciones y desvaríos del momento. El hombre abandona su humanidad convirtiéndose en animal, en bestia salvaje o incluso en algo peor. La cooperación social disminuye hasta extinguirse y verse sustituida por la confrontación, la lucha entre bandas y pandillas. La balcanización es total. El colapso de la sociedad es inminente. La alienación y la comunidad distópica se vuelven la nueva realidad.

¿Pero qué puede esperarse si la máxima de nuestra conducta es mentir, engañar, defraudar, hacer trampa? Supongamos que alguien se encuentra en necesidad de que le presten dinero porque está en una difícil situación financiera. Sabe que no podrá pagar el préstamo; pero ve también que no conseguirá el dinero a menos que haga una promesa firme de pagarlo en un tiempo estipulado. Se siente inclinado a hacer tal promesa, pero tiene suficiente conciencia para preguntarse “¿no es acaso contra la ley y el deber salir de dificultades de este modo?” Sin embargo, decide hacerlo, así que la máxima de su acción sería: «cuando sea que me vea corto de dinero, voy a prestarlo y prometer pagarlo, aunque sé que esto nunca pasará». Por tanto, si convierte su conducta para conseguir una ventaja personal en una ley universal y plantea la pregunta así: «¿cómo serían las cosas si mi máxima fuera una ley universal?», vería enseguida que esta máxima jamás puede calificar como ley universal y ser auto consistente, sino que necesariamente se contradice a sí misma y haría el propósito de prometer imposible.

Nadie le prestaría dinero a persona alguna pues sabe de antemano que miente y no cumplirá lo pactado. La cooperación social se hace imposible en estas condiciones. Esa máxima no contiene dentro de sí su propia validez universal para todo ser racional. Por lo mismo es una máxima que no respeta a nadie, trata a los demás no como personas capaces de usar su razón para decidir por sí mismos, sino meramente como medios para un fin que no comparten.

Ahora nos encontramos frente dos candidatos que te ofrecen el oro y el moro. Pero uno de ellos, Bernardo Arévalo, el candidato del Movimiento Semilla, navega con la bandera de ser quien combatirá la corrupción. Hoy su grupo es el de la gente decente dice. Promete limpiar la casa. Sin embargo, el Ministerio Público ha expuesto que el Movimiento Semilla se inscribió como partido político haciendo trampa. Falsificó firmas e incluyó muertos para llegar al número necesario de afiliados para poder registrarse. ¿Cómo pretende que creamos que va a combatir la corrupción si está en la contienda por la presidencia mediante un fraude, mediante una trampa? Si Arévalo realmente fuera decente como dice, ante la evidencia presentada por el Ministerio Público, renunciaría a su candidatura, arreglaría la situación de su partido, para que estuviera todo en ley, y se postularía como candidato para las próximas elecciones. Pero lo que ha hecho no es eso. Todo lo contrario, por medio de amparos y triquiñuelas legales está tratando de postergar la eliminación del partido. Apuesta a que si gana podrá gozar de inmunidad. ¿Acaso no es eso corrupción?

Y un gentío, nacional e internacional, ya corrompidos y pervertidos lo apoyan a pesar de ser evidentemente un tramposo. Presionan para que siga en las elecciones. El voto, nos hacen entender, está por encima de la ley. Si el pueblo quiere elegir a un embustero, eso le garantiza impunidad.

«¡No es el momento para la persecución legal!» chillan. Pero, si un ladrón, embaucador y estafador te hubiera estafado, y el Ministerio Público tuviera las pruebas para atraparlo y meterlo a la cárcel, ¿no querrías que lo hicieran cuanto antes? Y si no pudiera hacerlo porque una muchedumbre obstruye la aplicación de la justicia alegando que no es el momento adecuado porque lo quieren elegir para un puesto público, ¿te parecería correcto? ¿Estarías conforme con esa situación? ¿Piensas que sería justo? Y si su crimen hubiera sido el asesinato de un ser querido, ¿querrías ver que se hiciera justicia con prontitud? ¿Está la justicia supeditada al momento conveniente? ¿Acaso eso no es también corrupción?

«¿Pero por qué no renuncia la señora Fiscal?» protestaba un amigo, «¿por qué no dejan tranquilo a Arévalo?».

«Ya te corrompieron» le dije.

«No, como va a ser eso» me contestó.

«Pues simpatizas con el delincuente y condenas a quien pretende hacer que se cumpla la ley» afirmé. «¿Qué es eso sino la más pura depravación? Una total transvaloración de los valores».

«Pero si todos hacen trampa» gimió.

«Ves» dije, «quieres excusar a quien hace trampa. Deseas normalizar la conducta indecente, despreciable y vil. ¿En dónde ha quedado la honorabilidad para ti?»

Y como si eso no fuera razón suficiente para votar en contra de Arévalo, hemos visto que miente a diestra y siniestra con el propósito de usarnos para sus fines. Unas veces dice una cosa, otras veces dice lo contrario. Cuando le preguntaron en una entrevista de televisión que pensaba sobre la ideología de género, contestó «No la conozco, no sé lo que es». Sin embargo, en la declaración de principios de su partido reza: «En las acciones que emprendamos, se evidenciará la inclusión y el respeto profundo a la diversidad sexual, a la comunidad LGTB y a diferentes formas de vida producto de las decisiones inalienables de cada grupo o individuo.»

Tan pronto dice que va a respetar la Constitución de la República como que la va a reformar porque los nuevos tiempos lo requieren. Su partido propuso la ley de educación integral en sexualidad 6157 en los colegios donde pretenden incluir en el currículum la dimensión de género, de nuevas masculinidades y diversidad. Y ahora dice que no harán tal cosa. En un momento dado dice que va a respetar la propiedad privada y después dice que debe haber justicia social o lo que es lo mismo, expropiarles sus bienes a unos para repartirlos entre sus allegados. Su discurso es igual al de Fidel Castro y al de Hugo Chávez. Admira y tiene como ejemplos a Petro, el nuevo presidente de Colombia y a Boric el novicio presidente de Chile. Entre sus allegados están exguerrilleros y se asocia con los partidos URNG-MAIZ y WINAQ, todos marxistas-leninistas. Y, varios de los miembros de este grupo de gente “decente” son prófugos de la justicia. El último, aprovechando las circunstancias es uno de sus fundadores: Juan Alberto Fuentes Knight.

Los valores progres, los del Grupo Semilla, son dónde la trampa es aceptable, la mentira y el engaño son admisibles como medios para manipular al otro, el desequilibrio mental es la norma, la pedofilia es promovida, la propiedad privada no es respetada, y los gobernantes pretenden gastar mucho más de lo que los gobernados pueden producir hundiendo al país en la miseria. Son los valores de la decadencia. Corrompen y destruyen a la sociedad.

¿Quieres embarcarte en ese camino? O ¿quieres que en Guatemala prevalezca la cortesía, el honor, la confianza, la justicia, la amistad, la hermandad, la cooperación social mediante la producción de bienes y el comercio, y el respeto a tu propiedad y tu proyecto de vida?

El domingo que viene tomarás esa decisión.

Los valores de la decadencia

Las buenas costumbres se relajan, se envilecen de a poco en poco, lentamente, casi sin que uno se dé cuenta. Una palabra soez por allí, una pequeña mentira por allá, tolerar la grosería de vez en cuando, hasta volverse chabacano y ofensivo pensando que eso es gracioso.

Warren Orbaugh |
14 de agosto, 2023
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La corrupción no es solo de los gobernantes. La corrupción puede alcanzar a cualquiera. Mina la honestidad de quien no es firme en sus convicciones. Corrompe el código de honor de quien no es suficientemente noble.

Muchos jóvenes guatemaltecos han sido expuestos al Código de Honor Scout. Han jurado vivir según esos preceptos que dicen: «El scout cifra su honor en ser digno de confianza. El scout es leal. El scout es útil y servicial. El scout es amigo de todos y hermano de cualquier otro scout. El scout es cortés y educado. El scout ama y protege la naturaleza. El scout es responsable y no hace nada a medias. El scout es animoso ante peligros y dificultades. El scout es trabajador, austero y respeta el bien ajeno. El scout es limpio y sano, puro en pensamientos, palabras y acciones.»

Muchos otros muchachos no han conocido dicho código, pero han sido expuestos a normas similares en sus hogares, escuelas e iglesias.

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Lamentablemente otros imberbes no han conocido ninguna de estas reglas de comportamiento en sociedad y crecen como salvajes. Viven como animales según la ley de la selva, desconfiando de todos, resentidos, envidiosos, deseando lo ajeno, robando y existiendo en confrontación perenne.

Recuerdo cuando fui a estudiar, como becado Fulbright, a la Universidad de Virginia en Charlottesville, y la primera noche dormí en un albergue para estudiantes. El dormitorio era un salón en el primer piso con unas 12 camas. Sólo había dos estudiantes. Antes de dormir, procedí a cerrar las ventanas que daban a la calle. El otro estudiante me dijo: «¿Qué haces? ¿Estás loco?» Ciertamente hacía mucho calor. Yo le expliqué que las cerraba por nuestra seguridad. No fuera ser que, durante la noche, mientras dormíamos, se entrara un ladrón y se llevara nuestras pertenencias. Se rio de mí y me dijo: «Eso no pasa aquí».

Pronto descubrí lo que era vivir en una comunidad de seres racionales, un reino universal de los fines como miembro, donde cada uno es concebido y tratado como un fin en sí mismo, donde uno es autónomo y, por tanto, concibe sus máximas como ley universal por la que también se rige. Donde uno pertenece a éste como su cabeza, cuando como hacedor de leyes uno mismo es sujeto de la voluntad de ningún otro. Un reino, una unión sistemática de diferentes seres racionales bajo leyes comunes.

El primer atisbo lo tiene uno al entrar al campus donde es saludado por una frase de Thomas Jefferson, el fundador y creador de la universidad: «Aquí, no tememos seguir la verdad a donde sea que conduzca, ni tolerar cualquier error en tanto la razón sea libre para combatirlo.»

Pronto vi que la gente en el pueblo dejaba encendido su automóvil en el parqueo (para mantenerlo a una temperatura agradable, tanto en verano como en invierno) al ir de compras al supermercado. Hacían sus compras y al regresar a su vehículo, éste estaba allí intacto. Las casas nunca estaban cerradas con llave. Las gentes amables, corteses y serviciales eran totalmente dignas de confianza. En los bancos no pedían que uno se identificara al cobrar un cheque. Los periódicos se ponían en una bandeja, cada uno tomaba el suyo y dejaba el pago en una caja que estaba a un lado. Jamás se le pasaba por la mente a alguien robarse el diario. Nadie vigilaba a los estudiantes en un examen. Ningún estudiante hacía trampa. Todo el mundo regía su conducta por un código de honor dirigido por los estudiantes y que se esparcía a toda la población. El ideal de comportarse como un caballero o como una dama pervivía en el ambiente. Hasta el nombre de los equipos deportivos lo enfatizaba: «Cavaliers» (Caballeros).

¡Qué diferente a mi Guatemala! ¿Pero, por qué no podríamos nosotros ser así?

Las buenas costumbres se relajan, se envilecen de a poco en poco, lentamente, casi sin que uno se dé cuenta. Una palabra soez por allí, una pequeña mentira por allá, tolerar la grosería de vez en cuando, hasta volverse chabacano y ofensivo pensando que eso es gracioso. Luego escala a hacer trampa en los exámenes, colarse en la cola, no ceder el asiento del bus a ancianas o mujeres embarazadas, plagiar ensayos y no respetar la propiedad ajena. «¡Qué tonto el que teniendo la oportunidad no roba!» exclama el corrompido. La depravación aumenta cuando ya no sólo se tolera tan despreciable comportamiento, sino que en lugar de denunciarlo y condenarlo se valora, se admira, se considera “listo” a quien exhibe tal conducta. El envilecimiento es casi total cuando llega al desenfreno sexual, la pedofilia, la transexualidad o transidentidad y la pretensión de pervertir a los niños. Culmina la descomposición y depravación con el abandono de la razón, de toda lógica como guía de conducta y en su lugar regirse por caprichos, inclinaciones y desvaríos del momento. El hombre abandona su humanidad convirtiéndose en animal, en bestia salvaje o incluso en algo peor. La cooperación social disminuye hasta extinguirse y verse sustituida por la confrontación, la lucha entre bandas y pandillas. La balcanización es total. El colapso de la sociedad es inminente. La alienación y la comunidad distópica se vuelven la nueva realidad.

¿Pero qué puede esperarse si la máxima de nuestra conducta es mentir, engañar, defraudar, hacer trampa? Supongamos que alguien se encuentra en necesidad de que le presten dinero porque está en una difícil situación financiera. Sabe que no podrá pagar el préstamo; pero ve también que no conseguirá el dinero a menos que haga una promesa firme de pagarlo en un tiempo estipulado. Se siente inclinado a hacer tal promesa, pero tiene suficiente conciencia para preguntarse “¿no es acaso contra la ley y el deber salir de dificultades de este modo?” Sin embargo, decide hacerlo, así que la máxima de su acción sería: «cuando sea que me vea corto de dinero, voy a prestarlo y prometer pagarlo, aunque sé que esto nunca pasará». Por tanto, si convierte su conducta para conseguir una ventaja personal en una ley universal y plantea la pregunta así: «¿cómo serían las cosas si mi máxima fuera una ley universal?», vería enseguida que esta máxima jamás puede calificar como ley universal y ser auto consistente, sino que necesariamente se contradice a sí misma y haría el propósito de prometer imposible.

Nadie le prestaría dinero a persona alguna pues sabe de antemano que miente y no cumplirá lo pactado. La cooperación social se hace imposible en estas condiciones. Esa máxima no contiene dentro de sí su propia validez universal para todo ser racional. Por lo mismo es una máxima que no respeta a nadie, trata a los demás no como personas capaces de usar su razón para decidir por sí mismos, sino meramente como medios para un fin que no comparten.

Ahora nos encontramos frente dos candidatos que te ofrecen el oro y el moro. Pero uno de ellos, Bernardo Arévalo, el candidato del Movimiento Semilla, navega con la bandera de ser quien combatirá la corrupción. Hoy su grupo es el de la gente decente dice. Promete limpiar la casa. Sin embargo, el Ministerio Público ha expuesto que el Movimiento Semilla se inscribió como partido político haciendo trampa. Falsificó firmas e incluyó muertos para llegar al número necesario de afiliados para poder registrarse. ¿Cómo pretende que creamos que va a combatir la corrupción si está en la contienda por la presidencia mediante un fraude, mediante una trampa? Si Arévalo realmente fuera decente como dice, ante la evidencia presentada por el Ministerio Público, renunciaría a su candidatura, arreglaría la situación de su partido, para que estuviera todo en ley, y se postularía como candidato para las próximas elecciones. Pero lo que ha hecho no es eso. Todo lo contrario, por medio de amparos y triquiñuelas legales está tratando de postergar la eliminación del partido. Apuesta a que si gana podrá gozar de inmunidad. ¿Acaso no es eso corrupción?

Y un gentío, nacional e internacional, ya corrompidos y pervertidos lo apoyan a pesar de ser evidentemente un tramposo. Presionan para que siga en las elecciones. El voto, nos hacen entender, está por encima de la ley. Si el pueblo quiere elegir a un embustero, eso le garantiza impunidad.

«¡No es el momento para la persecución legal!» chillan. Pero, si un ladrón, embaucador y estafador te hubiera estafado, y el Ministerio Público tuviera las pruebas para atraparlo y meterlo a la cárcel, ¿no querrías que lo hicieran cuanto antes? Y si no pudiera hacerlo porque una muchedumbre obstruye la aplicación de la justicia alegando que no es el momento adecuado porque lo quieren elegir para un puesto público, ¿te parecería correcto? ¿Estarías conforme con esa situación? ¿Piensas que sería justo? Y si su crimen hubiera sido el asesinato de un ser querido, ¿querrías ver que se hiciera justicia con prontitud? ¿Está la justicia supeditada al momento conveniente? ¿Acaso eso no es también corrupción?

«¿Pero por qué no renuncia la señora Fiscal?» protestaba un amigo, «¿por qué no dejan tranquilo a Arévalo?».

«Ya te corrompieron» le dije.

«No, como va a ser eso» me contestó.

«Pues simpatizas con el delincuente y condenas a quien pretende hacer que se cumpla la ley» afirmé. «¿Qué es eso sino la más pura depravación? Una total transvaloración de los valores».

«Pero si todos hacen trampa» gimió.

«Ves» dije, «quieres excusar a quien hace trampa. Deseas normalizar la conducta indecente, despreciable y vil. ¿En dónde ha quedado la honorabilidad para ti?»

Y como si eso no fuera razón suficiente para votar en contra de Arévalo, hemos visto que miente a diestra y siniestra con el propósito de usarnos para sus fines. Unas veces dice una cosa, otras veces dice lo contrario. Cuando le preguntaron en una entrevista de televisión que pensaba sobre la ideología de género, contestó «No la conozco, no sé lo que es». Sin embargo, en la declaración de principios de su partido reza: «En las acciones que emprendamos, se evidenciará la inclusión y el respeto profundo a la diversidad sexual, a la comunidad LGTB y a diferentes formas de vida producto de las decisiones inalienables de cada grupo o individuo.»

Tan pronto dice que va a respetar la Constitución de la República como que la va a reformar porque los nuevos tiempos lo requieren. Su partido propuso la ley de educación integral en sexualidad 6157 en los colegios donde pretenden incluir en el currículum la dimensión de género, de nuevas masculinidades y diversidad. Y ahora dice que no harán tal cosa. En un momento dado dice que va a respetar la propiedad privada y después dice que debe haber justicia social o lo que es lo mismo, expropiarles sus bienes a unos para repartirlos entre sus allegados. Su discurso es igual al de Fidel Castro y al de Hugo Chávez. Admira y tiene como ejemplos a Petro, el nuevo presidente de Colombia y a Boric el novicio presidente de Chile. Entre sus allegados están exguerrilleros y se asocia con los partidos URNG-MAIZ y WINAQ, todos marxistas-leninistas. Y, varios de los miembros de este grupo de gente “decente” son prófugos de la justicia. El último, aprovechando las circunstancias es uno de sus fundadores: Juan Alberto Fuentes Knight.

Los valores progres, los del Grupo Semilla, son dónde la trampa es aceptable, la mentira y el engaño son admisibles como medios para manipular al otro, el desequilibrio mental es la norma, la pedofilia es promovida, la propiedad privada no es respetada, y los gobernantes pretenden gastar mucho más de lo que los gobernados pueden producir hundiendo al país en la miseria. Son los valores de la decadencia. Corrompen y destruyen a la sociedad.

¿Quieres embarcarte en ese camino? O ¿quieres que en Guatemala prevalezca la cortesía, el honor, la confianza, la justicia, la amistad, la hermandad, la cooperación social mediante la producción de bienes y el comercio, y el respeto a tu propiedad y tu proyecto de vida?

El domingo que viene tomarás esa decisión.