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El valor de nuestro tiempo

Nuestra labor es crear riqueza para todos. Esa es la medida. No hay tiempo neutro, o nos dedicamos a multiplicar o sumar, o nos dedicamos a restar o dividir. No hay más. 

.
Carlos Dumois |
04 de enero, 2024
El contenido en la sección de Opinión es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la postura o la línea editorial de República.
 

Los empresarios, y los líderes en general, podemos dedicar tiempo a actividades muy valiosas…o muy destructivas. 

Esta semana nuestro amigo Xavier Marcet, de Barcelona, publicó en el diario español La Vanguardia, un artículo titulado “Vaciar las agendas”. Me ha causado gran impacto este artículo, y me ha inspirado a escribir sobre el tema de las distintas formas de relacionar el manejo de nuestro tiempo con la creación de valor. 

¿Cuándo es nuestro tiempo más valioso? ¿cómo debemos medir su rentabilidad? ¿de dónde podemos obtener más tiempo, si el día solo tiene 24 horas?

“Las reuniones son nuestro gran yacimiento de tiempo”, dice Xavier. Afirma que debemos vaciar nuestras agendas, con menos reunionitis y más sentido de Dueñez, más orientación a la relevancia. Hablamos de calidad de tiempo, pero no sabemos cómo medir la calidad de nuestro tiempo. 

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Nuestra labor es crear riqueza para todos. Esa es la medida. No hay tiempo neutro, o nos dedicamos a multiplicar o sumar, o nos dedicamos a restar o dividir. No hay más. 

Tiempo que multiplica. Estas son las horas que disponemos para definir el futuro, para innovar y emprender, para atraer, retener y formar líderes, para multiplicar talento y empoderarlo, para aprender, enseñar e inspirar, para cuestionarnos y reflexionar, para elegir y abandonar. Con estos verbos se conjuga la Dueñez. 

Tiempo que suma. Estos son las muchas horas dedicadas a operar, a manejar el día a día de nuestro negocio. Son los largos espacios cotidianos empleados en tareas de venta y compra, de producción y elaboración, de entrega y distribución, de supervisión y control, de cobranza y programación de pagos. Todo esto es vital, es necesario, pero solamente suma, no da para más. 

Tiempo que resta. Estas actividades son más difíciles de modificar. Están enraizadas en nuestra dejadez y nuestra superficialidad. Son parte de nuestra cultura, de nuestros hábitos, de nuestro sistema organizacional. No se ve claro este tiempo, es la inercia, son los procesos que no añaden valor, son los escondites de improductividad, es nuestra burocracia, nuestros inmoderados e ineficientes comités, nuestra juntitis, nuestra inútil normatividad, nuestras duplicidades y continuas revisiones de pendientes e indicadores, nuestro desempeño mediocre y nuestras herramientas sofisticadas. Todo esto se traduce en dos costos improductivos: el costo excesivo y el costo de oportunidad. Ambos destruyen valor. 

Tiempo que divide. Este es el más dañino y pernicioso de todos. Se esconde detrás de intenciones poco claras, y se manifiesta en la forma de chismes y rumores, de argüendes y escándalos, de críticas y hablar mal de los demás, de falta de confianza y de respeto, de uso del miedo y el sarcasmo, de juicios sin fundamento, de gritos y mal trato. Estas son distintas maneras de desunir, desintegrar, separar, debilitar. Al final esto inhibe la sinergia y el trabajo en equipo, y mata las posibilidades de sumar y multiplicar el valor. 

En los negocios familiares este efecto de dividir es nefasto y complica las posibilidades de crecer y permanecer. Limita las capacidades de expresarse y pensar juntos. Muchos miembros de estas organizaciones llenan sus agendas de afanes y ocupaciones divisoras, frecuentemente más motivados por la envidia y el ego que por el temor o la desconfianza. 

Ahora que viene el inicio del año 2024, vale la pena reflexionar a profundidad cómo mejorar el rendimiento de nuestro tiempo. Ponernos como propósito tener menos reuniones, minimizar los quehaceres que restan y dividen, y maximizar aquellos que suman y multiplican. 

Dediquémonos a hacer crecer. Saturar nuestras agendas nos dispersa, nos embrolla en una activitis poco productiva, no nos deja pensar, nos dificulta estar realmente presentes en lo relevante. Dice Marcet: “Los líderes ausentes poco inspiran”.  

Démosle valor a nuestro tiempo. Derrocharlo es costoso. Nadie nos suplirá ni nos cubrirá. No hay duda de que las grandes jugadas están en el tiempo asignado a multiplicar. Decidamos qué tenemos que abandonar para dedicarle lo más posible a ese espacio, es el que nos corresponde. 

 

http://www.cedem.com.mx 

El autor de esta columna es Carlos A. Dumois es Presidente y  Socio Fundador de CEDEM. 

El valor de nuestro tiempo

Nuestra labor es crear riqueza para todos. Esa es la medida. No hay tiempo neutro, o nos dedicamos a multiplicar o sumar, o nos dedicamos a restar o dividir. No hay más. 

Carlos Dumois |
04 de enero, 2024
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El contenido en la sección de Opinión es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la postura o la línea editorial de República.
 

Los empresarios, y los líderes en general, podemos dedicar tiempo a actividades muy valiosas…o muy destructivas. 

Esta semana nuestro amigo Xavier Marcet, de Barcelona, publicó en el diario español La Vanguardia, un artículo titulado “Vaciar las agendas”. Me ha causado gran impacto este artículo, y me ha inspirado a escribir sobre el tema de las distintas formas de relacionar el manejo de nuestro tiempo con la creación de valor. 

¿Cuándo es nuestro tiempo más valioso? ¿cómo debemos medir su rentabilidad? ¿de dónde podemos obtener más tiempo, si el día solo tiene 24 horas?

“Las reuniones son nuestro gran yacimiento de tiempo”, dice Xavier. Afirma que debemos vaciar nuestras agendas, con menos reunionitis y más sentido de Dueñez, más orientación a la relevancia. Hablamos de calidad de tiempo, pero no sabemos cómo medir la calidad de nuestro tiempo. 

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Nuestra labor es crear riqueza para todos. Esa es la medida. No hay tiempo neutro, o nos dedicamos a multiplicar o sumar, o nos dedicamos a restar o dividir. No hay más. 

Tiempo que multiplica. Estas son las horas que disponemos para definir el futuro, para innovar y emprender, para atraer, retener y formar líderes, para multiplicar talento y empoderarlo, para aprender, enseñar e inspirar, para cuestionarnos y reflexionar, para elegir y abandonar. Con estos verbos se conjuga la Dueñez. 

Tiempo que suma. Estos son las muchas horas dedicadas a operar, a manejar el día a día de nuestro negocio. Son los largos espacios cotidianos empleados en tareas de venta y compra, de producción y elaboración, de entrega y distribución, de supervisión y control, de cobranza y programación de pagos. Todo esto es vital, es necesario, pero solamente suma, no da para más. 

Tiempo que resta. Estas actividades son más difíciles de modificar. Están enraizadas en nuestra dejadez y nuestra superficialidad. Son parte de nuestra cultura, de nuestros hábitos, de nuestro sistema organizacional. No se ve claro este tiempo, es la inercia, son los procesos que no añaden valor, son los escondites de improductividad, es nuestra burocracia, nuestros inmoderados e ineficientes comités, nuestra juntitis, nuestra inútil normatividad, nuestras duplicidades y continuas revisiones de pendientes e indicadores, nuestro desempeño mediocre y nuestras herramientas sofisticadas. Todo esto se traduce en dos costos improductivos: el costo excesivo y el costo de oportunidad. Ambos destruyen valor. 

Tiempo que divide. Este es el más dañino y pernicioso de todos. Se esconde detrás de intenciones poco claras, y se manifiesta en la forma de chismes y rumores, de argüendes y escándalos, de críticas y hablar mal de los demás, de falta de confianza y de respeto, de uso del miedo y el sarcasmo, de juicios sin fundamento, de gritos y mal trato. Estas son distintas maneras de desunir, desintegrar, separar, debilitar. Al final esto inhibe la sinergia y el trabajo en equipo, y mata las posibilidades de sumar y multiplicar el valor. 

En los negocios familiares este efecto de dividir es nefasto y complica las posibilidades de crecer y permanecer. Limita las capacidades de expresarse y pensar juntos. Muchos miembros de estas organizaciones llenan sus agendas de afanes y ocupaciones divisoras, frecuentemente más motivados por la envidia y el ego que por el temor o la desconfianza. 

Ahora que viene el inicio del año 2024, vale la pena reflexionar a profundidad cómo mejorar el rendimiento de nuestro tiempo. Ponernos como propósito tener menos reuniones, minimizar los quehaceres que restan y dividen, y maximizar aquellos que suman y multiplican. 

Dediquémonos a hacer crecer. Saturar nuestras agendas nos dispersa, nos embrolla en una activitis poco productiva, no nos deja pensar, nos dificulta estar realmente presentes en lo relevante. Dice Marcet: “Los líderes ausentes poco inspiran”.  

Démosle valor a nuestro tiempo. Derrocharlo es costoso. Nadie nos suplirá ni nos cubrirá. No hay duda de que las grandes jugadas están en el tiempo asignado a multiplicar. Decidamos qué tenemos que abandonar para dedicarle lo más posible a ese espacio, es el que nos corresponde. 

 

http://www.cedem.com.mx 

El autor de esta columna es Carlos A. Dumois es Presidente y  Socio Fundador de CEDEM.