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Redacción República
10 de noviembre, 2018

Área 51, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR 

Mi amigo Enrique Rodríguez –autor de un volumen de memorias titulado Entre pupos y sapos solo queda ir al mar; ahí relata su infancia en el Puerto San José, donde aprendió a nadar y a tirarse de clavado desde lo alto del muelle; incluye el fin de la infancia que sufrió al comprobar que el monstruo mecánico que contemplaba desde la carretera, entre fascinado y asustado, era una simple máquina retroexcavadora, y cierra con la muy sentida oda a una perrita que tuvo como mascota– le llama “área 51” a ese coto cercado con alambre de púas, sembrado con minas quitapie, donde custodiamos nuestros secretos más íntimos y guardamos las broncas que solo nosotros podemos resolver.

Todo el que se asome en ese espacio, acaso por desconocimiento, otras con el declarado afán de escarbar donde no se debe, se expone a que le muestren los dientes, se le gruña si no atiende a la primera advertencia, y se le muestre la cara más desagradable que tenemos si insiste en quedarse por ahí, merodeando entre nuestros padecimientos más secretos. Sobre aviso no hay engaño y en guerra avisada no caen soldados, como resume la sabiduría popular.

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Esto viene a cuento porque me enteré, de puro rebote, que operaron a la esposa de un amigo cercano por segunda vez en lo que va del año. Al rato supe, siempre a través de conocidos comunes, que otro camarada se vio obligado a tomar partido en un molesto pleito por herencia.

En cuanto pude los llamé, les pregunté cómo estaban y confieso que me dieron ganas de reclamarles.

“Nada les hubiera costado avisar; los habríamos incluido en las oraciones que hacemos en casa y pedir que les mandaran la mayor cantidad posible de buenas vibraciones”area, quise decirles.

Luego me dije que no hacía falta. Siempre tenemos asuntos que preferimos mantener tras una bóveda de plomo impenetrable. Preferí enterarme que la esposa de mi amigo está en recuperación, a la espera de que no haya más secuelas, y que mi otro camarada pone la cara al viento ante la guerra civil que está padeciendo. Con eso evité enredarme entre el alambre de púas, con una pierna menos, en mi afán por asomarme a la información resguardada dentro del área 51.

Redacción República
10 de noviembre, 2018

Área 51, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR 

Mi amigo Enrique Rodríguez –autor de un volumen de memorias titulado Entre pupos y sapos solo queda ir al mar; ahí relata su infancia en el Puerto San José, donde aprendió a nadar y a tirarse de clavado desde lo alto del muelle; incluye el fin de la infancia que sufrió al comprobar que el monstruo mecánico que contemplaba desde la carretera, entre fascinado y asustado, era una simple máquina retroexcavadora, y cierra con la muy sentida oda a una perrita que tuvo como mascota– le llama “área 51” a ese coto cercado con alambre de púas, sembrado con minas quitapie, donde custodiamos nuestros secretos más íntimos y guardamos las broncas que solo nosotros podemos resolver.

Todo el que se asome en ese espacio, acaso por desconocimiento, otras con el declarado afán de escarbar donde no se debe, se expone a que le muestren los dientes, se le gruña si no atiende a la primera advertencia, y se le muestre la cara más desagradable que tenemos si insiste en quedarse por ahí, merodeando entre nuestros padecimientos más secretos. Sobre aviso no hay engaño y en guerra avisada no caen soldados, como resume la sabiduría popular.

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Esto viene a cuento porque me enteré, de puro rebote, que operaron a la esposa de un amigo cercano por segunda vez en lo que va del año. Al rato supe, siempre a través de conocidos comunes, que otro camarada se vio obligado a tomar partido en un molesto pleito por herencia.

En cuanto pude los llamé, les pregunté cómo estaban y confieso que me dieron ganas de reclamarles.

“Nada les hubiera costado avisar; los habríamos incluido en las oraciones que hacemos en casa y pedir que les mandaran la mayor cantidad posible de buenas vibraciones”area, quise decirles.

Luego me dije que no hacía falta. Siempre tenemos asuntos que preferimos mantener tras una bóveda de plomo impenetrable. Preferí enterarme que la esposa de mi amigo está en recuperación, a la espera de que no haya más secuelas, y que mi otro camarada pone la cara al viento ante la guerra civil que está padeciendo. Con eso evité enredarme entre el alambre de púas, con una pierna menos, en mi afán por asomarme a la información resguardada dentro del área 51.