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Historias Urbanas: Nueve días

Ahora se extrañaron cuando sonó la canción «In My Life» de los Beatles apenas aplicaron la primera mano de cemento para sellar el nicho donde lo enterraron, cerca de donde reposan sus padres.

Luis Gonzalez
27 de febrero, 2022

Se fue mi primo Juvenal. Me contaron que todavía amaneció, se tomó su vaso de mosh y se fue a sentar al corredor para contemplar su jardín. No les extrañó que se quedara quieto hasta la hora del almuerzo, a veces dormitaba sus siestas en el sillón. La enfermera que llegaba a revisarlo cada dos días tomó aire para avisarles que se había muerto.

Cuando niño, me decía que la única forma de ver a toda la familia (ramas laterales incluidas) era para la navidad y el cumpleaños de la abuela. Las celebraciones de los quince años y los casamientos se encargaron de juntar a buena parte de la tropa conforme íbamos creciendo y agarrando camino. Siempre se pasaba revista al aumento o pérdida de peso; se comprobaba si los hijos y los sobrinos heredaban algunos de los rasgos físicos del clan.

Ahora son los funerales y el rezo de los nueve días. Tres de los primos no llegaron a tiempo desde Estados Unidos, pero ofrecieron asomarse durante la semana. A varios no los reconocí a primera vista y me dio pena preguntarles sus nombres. Algunas se adelgazaron cual espiga de arroz y otros ya no caben en sus trajes. Nuestros mayores disminuyen en cantidad, mi generación va a medio recorrido y los más pequeños se la pasan con sus teléfonos.

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Historias Urbanas: Familia peluda o emplumada

Decían que los velorios de antes eran más alegres: se contaban chistes en las ruedas de amigos, sólo repartían un trago aunque no faltaba el que se asomaba con su botella de Johnny Walker bien disimulada para impresionar a los demás, acostumbrados al guaro de caña. Supe de noviazgos que surgieron a poca distancia del ataúd y negocios cerrados con un apretón de manos a la salida del cementerio.

Ahora se extrañaron cuando sonó la canción «In My Life» de los Beatles apenas aplicaron la primera mano de cemento para sellar el nicho donde lo enterraron, cerca de donde reposan sus padres. A muchos se les olvidó que Juvenal fue de los primeros en escuchar la música de la nueva ola en el pueblo, se peleó recio con los que le gritaron «marica» por dejarse el pelo largo (hasta se le plantó al sargento que lo confundió con guerrillero por andar «tan melenudo como Camilo Cienfuegos y eso me halagó vos, mirá las fotos de Camilo, tenía buen porte») y se animó a probar la marihuana. «La verdad no sentí mayor cosa », me contó, «más tenía la preocupación de que mi papá se diera cuenta y me fuera a cuerear».

Su esposa Rosenda se veía triste, aunque serena. «Cumplimos con la voluntad de Juvenal», me dijo. Todavía se fueron a conocer una de las fincas de allá por Villa Canales que ofrece vistas espectaculares del volcán de Pacaya. «Se regresó impresionado con lo que vio. Hasta risa me dio cuando dijo “yo antes pensaba que los volcanes sólo hacían erupción de noche”». Si ese otro plano existe, sin cielos ni infiernos, espero retomar mis pláticas con Juvenal cuando me toque partir de este mundo material.

 

Historias Urbanas: Nueve días

Ahora se extrañaron cuando sonó la canción «In My Life» de los Beatles apenas aplicaron la primera mano de cemento para sellar el nicho donde lo enterraron, cerca de donde reposan sus padres.

Luis Gonzalez
27 de febrero, 2022

Se fue mi primo Juvenal. Me contaron que todavía amaneció, se tomó su vaso de mosh y se fue a sentar al corredor para contemplar su jardín. No les extrañó que se quedara quieto hasta la hora del almuerzo, a veces dormitaba sus siestas en el sillón. La enfermera que llegaba a revisarlo cada dos días tomó aire para avisarles que se había muerto.

Cuando niño, me decía que la única forma de ver a toda la familia (ramas laterales incluidas) era para la navidad y el cumpleaños de la abuela. Las celebraciones de los quince años y los casamientos se encargaron de juntar a buena parte de la tropa conforme íbamos creciendo y agarrando camino. Siempre se pasaba revista al aumento o pérdida de peso; se comprobaba si los hijos y los sobrinos heredaban algunos de los rasgos físicos del clan.

Ahora son los funerales y el rezo de los nueve días. Tres de los primos no llegaron a tiempo desde Estados Unidos, pero ofrecieron asomarse durante la semana. A varios no los reconocí a primera vista y me dio pena preguntarles sus nombres. Algunas se adelgazaron cual espiga de arroz y otros ya no caben en sus trajes. Nuestros mayores disminuyen en cantidad, mi generación va a medio recorrido y los más pequeños se la pasan con sus teléfonos.

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Decían que los velorios de antes eran más alegres: se contaban chistes en las ruedas de amigos, sólo repartían un trago aunque no faltaba el que se asomaba con su botella de Johnny Walker bien disimulada para impresionar a los demás, acostumbrados al guaro de caña. Supe de noviazgos que surgieron a poca distancia del ataúd y negocios cerrados con un apretón de manos a la salida del cementerio.

Ahora se extrañaron cuando sonó la canción «In My Life» de los Beatles apenas aplicaron la primera mano de cemento para sellar el nicho donde lo enterraron, cerca de donde reposan sus padres. A muchos se les olvidó que Juvenal fue de los primeros en escuchar la música de la nueva ola en el pueblo, se peleó recio con los que le gritaron «marica» por dejarse el pelo largo (hasta se le plantó al sargento que lo confundió con guerrillero por andar «tan melenudo como Camilo Cienfuegos y eso me halagó vos, mirá las fotos de Camilo, tenía buen porte») y se animó a probar la marihuana. «La verdad no sentí mayor cosa », me contó, «más tenía la preocupación de que mi papá se diera cuenta y me fuera a cuerear».

Su esposa Rosenda se veía triste, aunque serena. «Cumplimos con la voluntad de Juvenal», me dijo. Todavía se fueron a conocer una de las fincas de allá por Villa Canales que ofrece vistas espectaculares del volcán de Pacaya. «Se regresó impresionado con lo que vio. Hasta risa me dio cuando dijo “yo antes pensaba que los volcanes sólo hacían erupción de noche”». Si ese otro plano existe, sin cielos ni infiernos, espero retomar mis pláticas con Juvenal cuando me toque partir de este mundo material.