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Democracia, sí, pero solo si le favorece

.
Redacción República
29 de febrero, 2024

La democracia no es perfecta. Winston Churchill decía que “la democracia es la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás” y parece haber tenido razón. Y se puede discutir –también– si es una forma de gobierno o una forma de tomar decisiones en forma colectiva; como sea, es el mecanismo que la enorme mayoría de sociedades han escogido para elegir sus autoridades.

Guatemala pasó, apenas hace ocho meses, una encrucijada en donde la decisión democrática de los electores fue resguardada –no sin sobresaltos– por las instituciones republicanas. Se reafirmó que, como sociedad, escogemos ese camino. Nadie más consciente de ello que el presidente, Bernardo Arévalo.

Él mismo, el beneficiado por la decisión libre y democrática decidió implementar un procedimiento –democrático– para la designación de gobernadores. Tampoco inventó el agua azucarada, pues solamente construyó sobre el procedimiento que ya existía.  

A pesar de que la Constitución le faculta a nombrar discrecionalmente a los gobernadores, siempre y cuando reúnan las calidades necesarias de capacidad, idoneidad y honradez. El asunto es quién determina tales calidades, pues el procedimiento –democrático– que Arévalo instauró y que involucra a la sociedad civil local, es el llamado a aplicar dicho tamiz; quienes integran la terna que le llega al presidente para que de ahí escoja ya sortearon ese filtro y el presidente no puede aplicar el propio.

Resulta inconcebible que ahora el presidente pretenda “devolver” las ternas que a él no le parezcan para que sean escogidos otros candidatos. Tanto que se criticó al Tribunal Supremo Electoral que rechazó candidaturas y le vedó al pueblo su escogencia, como para que ahora Arévalo haga un poco de lo mismo.  

El resultado de los procesos democráticos siempre dejará inconformes; las escogencias –sobre todo en las sociedades caudillistas como la nuestra– a veces incluyen a personajes poco aconsejables, pero no se puede privilegiar la democracia a la vez que se reniega de sus resultados y se pretende rechazar la voluntad popular.

El mecanismo para conseguir una selección de candidatos idóneos para gobernador debe ser mejorado, sin duda, pero no se puede soslayar el hecho de que lo que Arévalo ha anunciado –devolver las ternas que no le parecen– es antidemocrático.  

Por supuesto que puede dar marcha atrás a su decisión de dejar a la sociedad civil –en buena medida– la escogencia de candidatos, en lugar de simplemente nombrar como lo faculta la Constitución, pero conllevaría un tremendo costo político y reputacional. El Presidente debe aceptar que la democracia no es buena solamente cuando le favorece.

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Democracia, sí, pero solo si le favorece

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Redacción República
29 de febrero, 2024

La democracia no es perfecta. Winston Churchill decía que “la democracia es la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás” y parece haber tenido razón. Y se puede discutir –también– si es una forma de gobierno o una forma de tomar decisiones en forma colectiva; como sea, es el mecanismo que la enorme mayoría de sociedades han escogido para elegir sus autoridades.

Guatemala pasó, apenas hace ocho meses, una encrucijada en donde la decisión democrática de los electores fue resguardada –no sin sobresaltos– por las instituciones republicanas. Se reafirmó que, como sociedad, escogemos ese camino. Nadie más consciente de ello que el presidente, Bernardo Arévalo.

Él mismo, el beneficiado por la decisión libre y democrática decidió implementar un procedimiento –democrático– para la designación de gobernadores. Tampoco inventó el agua azucarada, pues solamente construyó sobre el procedimiento que ya existía.  

A pesar de que la Constitución le faculta a nombrar discrecionalmente a los gobernadores, siempre y cuando reúnan las calidades necesarias de capacidad, idoneidad y honradez. El asunto es quién determina tales calidades, pues el procedimiento –democrático– que Arévalo instauró y que involucra a la sociedad civil local, es el llamado a aplicar dicho tamiz; quienes integran la terna que le llega al presidente para que de ahí escoja ya sortearon ese filtro y el presidente no puede aplicar el propio.

Resulta inconcebible que ahora el presidente pretenda “devolver” las ternas que a él no le parezcan para que sean escogidos otros candidatos. Tanto que se criticó al Tribunal Supremo Electoral que rechazó candidaturas y le vedó al pueblo su escogencia, como para que ahora Arévalo haga un poco de lo mismo.  

El resultado de los procesos democráticos siempre dejará inconformes; las escogencias –sobre todo en las sociedades caudillistas como la nuestra– a veces incluyen a personajes poco aconsejables, pero no se puede privilegiar la democracia a la vez que se reniega de sus resultados y se pretende rechazar la voluntad popular.

El mecanismo para conseguir una selección de candidatos idóneos para gobernador debe ser mejorado, sin duda, pero no se puede soslayar el hecho de que lo que Arévalo ha anunciado –devolver las ternas que no le parecen– es antidemocrático.  

Por supuesto que puede dar marcha atrás a su decisión de dejar a la sociedad civil –en buena medida– la escogencia de candidatos, en lugar de simplemente nombrar como lo faculta la Constitución, pero conllevaría un tremendo costo político y reputacional. El Presidente debe aceptar que la democracia no es buena solamente cuando le favorece.