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Caminando por la Ciudad | La Barbie setentera

Redacción República
18 de octubre, 2020

La Barbie setentera. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

“Que hermosa esa chavita”, comentan todos los vecinos del barrio. Los hombres la admiran y algunas mujeres la envidian.

Todos creen que es una señorita veinteañera por su bonita figura, cabello bien cuidado, maquillaje al tono, ropa de moda y zapatos muy sensuales. Accesorios que la hacen ver como la adolescente más guapa del sector, como una Barbie.

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Todos se preguntan cuál será su secreto para mantenerse en forma. ¿Serán las estrictas dietas, las intensas horas de gimnasio o el vivir relajada libre de problemas y disfrutando su soltería?

No falta alguno que le eche la culpa al cirujano que la mantiene de esa manera. Pero lo que la mayoría no sabe es que “doña Patty” es una señora ya entrada en años, con tres hijos mayores de edad, seis nietos muy juguetones y un largo recorrido en la vida.

Pareciera que el tiempo se congeló al verla pasar y por ratos es confundida con una adolescente por su apariencia. Pero sus canas disimuladas por un tinte cobrizo rubio, las pequeñas arrugas atrás de sus orejas y una que otra manchita en la piel, la delatan ante quienes la conocen.

“Doña Patty” tuvo el privilegio de conocer los ataris y pasó horas jugando pong. Escuchó el estreno de “Rapsodia bohemia” en la radio y salía a correr con su música favorita en casete, escuchándolo en un walkman.

Al levantar la vista todos los días, al mediodía, miraba pasar la papaya voladora por los cielos.

Nunca se tuvo que preocupar por el peso, ya que todos los días salía con sus amiguitas a jugar eléctrica, tenta, liga y aguas sucias, juegos que le exigían tener buena condición física.

Subía y bajaba escaleras en su escuela y en el trabajo de su papá, sin esas lentas escaleras eléctricas, Caminaba hasta cinco cuadras para tomar el bus que la llevaba a su casa.

Usó pantalones de campana, blusas de seda, zapatos de plataforma y gritó como loca al escuchar a Los Chicos, Menudo y New Kids on The Block.

Nadie se lo contó: ella vio el estreno de La guerra de las galaxias y Los Cazafantasmas, y lloró cuando ET murió, al igual que la planta a la que estaba conectado.

Fue a jugar al parque Buenaventura, al resbaladero gigante y cambió los veintiunos con sus compañeritos de estudios. Se enamoró desquiciadamente de Anthony y Terry, como personajes reales.

No le gustaba ver Mazinger Z ni los Power Rangers. Le gustaba sentarse a ver Sábado Gigante con sus papás y después ir a comer el rico y tradicional tamal con limón y estar al pendiente si alguien llamaba a su casa y que su papá no contestara el teléfono.

Se realizó como batonista de su escuela y le tocó ir a tomar una Velotax o Tapitax a la 18 calle enfrente de la iglesia El Calvario para ir a sus prácticas secretariales.

Siempre se cuestionó cuál bus llegaría más rápido: ¿la Terminal o la Bolívar? Ya como universitaria tuvo la dicha de comprar su primer celular raspahielo donde le cobraban las llamadas entrantes y salientes.

Aprendió a utilizar la computadora que vino a reemplazar su máquina de escribir con doble carrete, y supo buscar información en el navegador Alta Vista.

La Barbie que todo admiran, recuerda las películas y comedias que disfrutó en los cines de la Bolívar, y no faltó un Rostipollo Chapín o una mixta gigante en su hora de almuerzo.

Recuerdos de la Barbie setentera

Ahora “doña Patty” se sonríe cuando mira a los muchachos afanados por un like en sus redes sociales, recordando cómo era salir a platicar con los de la cuadra por las noches.

Observa cómo los jóvenes necesitan datos para escuchar sus canciones favoritas en plataformas digitales. Se acuerda cuando tenía que utilizar un lápiz para rebobinar la cinta salida y masticada de su casete favorito en la radiograbadora. Por supuesto, utiliza mucho el recurso del selfie en su perfil digital.

Por ratos se sienta a ver el atardecer y piensa qué habrá sido de sus amigos de infancia y las compañeritas de mecanografía.

Qué sería de las vecinas que siempre la andaban controlando para informarle a su mamá que al ir a traer el pan a la tienda de la vuelta, se quedaba platicando con un muchacho noviero.

En aquel entonces aprendió a cocinar en sartenes que no tenían teflón y mangos ergonómicos. A colar los frijoles en el colador de color rojo, preparar café en la jarilla de aluminio y comer en los platos blancos de peltre. Recuerda que todo era más sencillo, pero son los años más felices que vivió.

Los años pasan y los niños se hacen adultos, los adultos se hacen ancianos y “doña Patty” seguirá siendo la Barbie a quien todos admiran porque los años no pasan por ella.

A los que conoció niños hoy son jóvenes universitarios que de vez en cuando le mandan invitación para ser parte de su grupo de amigos digitales en sus redes sociales. Cada tres días actualiza su foto de perfil y cambia su estado para mantenerse presente en los medios electrónicos.

Caminando por la Ciudad | La Barbie setentera

Redacción República
18 de octubre, 2020

La Barbie setentera. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

“Que hermosa esa chavita”, comentan todos los vecinos del barrio. Los hombres la admiran y algunas mujeres la envidian.

Todos creen que es una señorita veinteañera por su bonita figura, cabello bien cuidado, maquillaje al tono, ropa de moda y zapatos muy sensuales. Accesorios que la hacen ver como la adolescente más guapa del sector, como una Barbie.

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Todos se preguntan cuál será su secreto para mantenerse en forma. ¿Serán las estrictas dietas, las intensas horas de gimnasio o el vivir relajada libre de problemas y disfrutando su soltería?

No falta alguno que le eche la culpa al cirujano que la mantiene de esa manera. Pero lo que la mayoría no sabe es que “doña Patty” es una señora ya entrada en años, con tres hijos mayores de edad, seis nietos muy juguetones y un largo recorrido en la vida.

Pareciera que el tiempo se congeló al verla pasar y por ratos es confundida con una adolescente por su apariencia. Pero sus canas disimuladas por un tinte cobrizo rubio, las pequeñas arrugas atrás de sus orejas y una que otra manchita en la piel, la delatan ante quienes la conocen.

“Doña Patty” tuvo el privilegio de conocer los ataris y pasó horas jugando pong. Escuchó el estreno de “Rapsodia bohemia” en la radio y salía a correr con su música favorita en casete, escuchándolo en un walkman.

Al levantar la vista todos los días, al mediodía, miraba pasar la papaya voladora por los cielos.

Nunca se tuvo que preocupar por el peso, ya que todos los días salía con sus amiguitas a jugar eléctrica, tenta, liga y aguas sucias, juegos que le exigían tener buena condición física.

Subía y bajaba escaleras en su escuela y en el trabajo de su papá, sin esas lentas escaleras eléctricas, Caminaba hasta cinco cuadras para tomar el bus que la llevaba a su casa.

Usó pantalones de campana, blusas de seda, zapatos de plataforma y gritó como loca al escuchar a Los Chicos, Menudo y New Kids on The Block.

Nadie se lo contó: ella vio el estreno de La guerra de las galaxias y Los Cazafantasmas, y lloró cuando ET murió, al igual que la planta a la que estaba conectado.

Fue a jugar al parque Buenaventura, al resbaladero gigante y cambió los veintiunos con sus compañeritos de estudios. Se enamoró desquiciadamente de Anthony y Terry, como personajes reales.

No le gustaba ver Mazinger Z ni los Power Rangers. Le gustaba sentarse a ver Sábado Gigante con sus papás y después ir a comer el rico y tradicional tamal con limón y estar al pendiente si alguien llamaba a su casa y que su papá no contestara el teléfono.

Se realizó como batonista de su escuela y le tocó ir a tomar una Velotax o Tapitax a la 18 calle enfrente de la iglesia El Calvario para ir a sus prácticas secretariales.

Siempre se cuestionó cuál bus llegaría más rápido: ¿la Terminal o la Bolívar? Ya como universitaria tuvo la dicha de comprar su primer celular raspahielo donde le cobraban las llamadas entrantes y salientes.

Aprendió a utilizar la computadora que vino a reemplazar su máquina de escribir con doble carrete, y supo buscar información en el navegador Alta Vista.

La Barbie que todo admiran, recuerda las películas y comedias que disfrutó en los cines de la Bolívar, y no faltó un Rostipollo Chapín o una mixta gigante en su hora de almuerzo.

Recuerdos de la Barbie setentera

Ahora “doña Patty” se sonríe cuando mira a los muchachos afanados por un like en sus redes sociales, recordando cómo era salir a platicar con los de la cuadra por las noches.

Observa cómo los jóvenes necesitan datos para escuchar sus canciones favoritas en plataformas digitales. Se acuerda cuando tenía que utilizar un lápiz para rebobinar la cinta salida y masticada de su casete favorito en la radiograbadora. Por supuesto, utiliza mucho el recurso del selfie en su perfil digital.

Por ratos se sienta a ver el atardecer y piensa qué habrá sido de sus amigos de infancia y las compañeritas de mecanografía.

Qué sería de las vecinas que siempre la andaban controlando para informarle a su mamá que al ir a traer el pan a la tienda de la vuelta, se quedaba platicando con un muchacho noviero.

En aquel entonces aprendió a cocinar en sartenes que no tenían teflón y mangos ergonómicos. A colar los frijoles en el colador de color rojo, preparar café en la jarilla de aluminio y comer en los platos blancos de peltre. Recuerda que todo era más sencillo, pero son los años más felices que vivió.

Los años pasan y los niños se hacen adultos, los adultos se hacen ancianos y “doña Patty” seguirá siendo la Barbie a quien todos admiran porque los años no pasan por ella.

A los que conoció niños hoy son jóvenes universitarios que de vez en cuando le mandan invitación para ser parte de su grupo de amigos digitales en sus redes sociales. Cada tres días actualiza su foto de perfil y cambia su estado para mantenerse presente en los medios electrónicos.