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Ciudadanos cada cuatro años

Resulta poco coherente la conducta de muchos guatemaltecos –sobre todo los jóvenes con identidades virtuales– de sentirse parte de la cosa pública únicamente durante el proceso electoral.

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Roberto Carlos Recinos-Abularach |
26 de julio, 2023

La ciudadanía es un concepto por naturaleza permanente. Uno es ciudadano en marzo y en diciembre, un domingo cuando se va a la iglesia o un jueves cuando se piden paches, en tiempos de paz y en tiempos de guerra. Es verdad que la condición de ciudadano –miembro de una comunidad organizada, con sus correspondientes derechos y obligaciones– es más obvia cuando se ejerce cada cuatro años a través del voto, pero también se demanda el resto del tiempo, ya sea sujetándose a las reglas de convivencia, trabajando con ética y disciplina, respetando los ecosistemas, educándose, fiscalizando a los funcionarios de Estado o construyendo instituciones de derecho público. La ciudadanía no se puede agotar en su dimensión cívico-política, también se expresa social, cultural y económicamente (yo diría que contiene, además, una faceta psicológica –tanto psicosocial, frente a otros, como psicoespiritual, ante uno mismo– importante).

En virtud de lo anterior, resulta poco coherente la conducta de muchos guatemaltecos –sobre todo los jóvenes con identidades virtuales– de sentirse parte de la cosa pública únicamente durante el proceso electoral. Aquello de “generación idiota” no es un insulto, sino un diagnóstico de la realidad, si tomamos en cuenta que los idiotes eran en la Antigua Grecia esas personas que, a pesar de gozar de la calidad de ciudadanos, no se interesaban por los asuntos públicos, sino solo por los suyos propios (en Roma eran los ignorantes). Apasionados, salen a votar y hacen llamados a “no quedarse en casa”, participan en manifestaciones y protestas, critican (con más emoción que razonamiento lógico) a todo lo que consideran corrupto y señalan con dureza a quienes no los acompañan en sus cruzadas temporales. Pero parecen más interesados en salir en la foto que en la foto misma, pescando likes y followers para su propio deleite, enseguida olvidando al Estado, una vez celebradas las elecciones. De ahí y durante cuatro años, unos regresan, con resignación y por necesidad, a hábitos de supervivencia y muchos otros, infortunadamente, a sus estados normales de indiferencia.

Estos últimos son los sujetos-objeto de este texto, puesto que son ellos quienes abandonan su ciudadanía –absteniéndose de participar en la edificación permanente de la democracia y la protección de la república– en pos de seguir engordando sus falsas tecno-personas a través de lo que sea que se encuentre de moda en el momento, que, evidentemente, no pasa por ser vecinos activos y ejemplares.  De esta manera demuestran a todos los que otros ya sabemos: que no es el destino del país o el bienestar de sus connacionales lo que les mueve sino su propia vanidad. Por eso es que clichés tales como “hacer país” o “construir democracia” ya no entusiasman a nadie, pues son apenas eso: puros clichés.

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El llamado es a que practiquemos la ciudadanía siempre. Cuando nos toque conducir nuestros vehículos a horas de tránsito pesado, tanto como la ejercemos en las urnas. Con la misma convicción. Que seamos ciudadanos en el trabajo –empresarios y laborantes– de la misma manera en que somos ciudadanos en las plazas, los sábados por la tarde. Con la misma lealtad. Que intervengamos en reuniones gremiales, del vecindario o del colegio de nuestros hijos, con el mismo ahínco con el que hacemos llamados y publicamos nuestras opiniones en redes sociales, en años electorales.

Que abracemos, siempre y sin excepción, al animal político que todos llevamos dentro.

Entonces tendremos el derecho pleno de exigir cosas y decirnos ciudadanos.

Ciudadanos cada cuatro años

Resulta poco coherente la conducta de muchos guatemaltecos –sobre todo los jóvenes con identidades virtuales– de sentirse parte de la cosa pública únicamente durante el proceso electoral.

Roberto Carlos Recinos-Abularach |
26 de julio, 2023
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La ciudadanía es un concepto por naturaleza permanente. Uno es ciudadano en marzo y en diciembre, un domingo cuando se va a la iglesia o un jueves cuando se piden paches, en tiempos de paz y en tiempos de guerra. Es verdad que la condición de ciudadano –miembro de una comunidad organizada, con sus correspondientes derechos y obligaciones– es más obvia cuando se ejerce cada cuatro años a través del voto, pero también se demanda el resto del tiempo, ya sea sujetándose a las reglas de convivencia, trabajando con ética y disciplina, respetando los ecosistemas, educándose, fiscalizando a los funcionarios de Estado o construyendo instituciones de derecho público. La ciudadanía no se puede agotar en su dimensión cívico-política, también se expresa social, cultural y económicamente (yo diría que contiene, además, una faceta psicológica –tanto psicosocial, frente a otros, como psicoespiritual, ante uno mismo– importante).

En virtud de lo anterior, resulta poco coherente la conducta de muchos guatemaltecos –sobre todo los jóvenes con identidades virtuales– de sentirse parte de la cosa pública únicamente durante el proceso electoral. Aquello de “generación idiota” no es un insulto, sino un diagnóstico de la realidad, si tomamos en cuenta que los idiotes eran en la Antigua Grecia esas personas que, a pesar de gozar de la calidad de ciudadanos, no se interesaban por los asuntos públicos, sino solo por los suyos propios (en Roma eran los ignorantes). Apasionados, salen a votar y hacen llamados a “no quedarse en casa”, participan en manifestaciones y protestas, critican (con más emoción que razonamiento lógico) a todo lo que consideran corrupto y señalan con dureza a quienes no los acompañan en sus cruzadas temporales. Pero parecen más interesados en salir en la foto que en la foto misma, pescando likes y followers para su propio deleite, enseguida olvidando al Estado, una vez celebradas las elecciones. De ahí y durante cuatro años, unos regresan, con resignación y por necesidad, a hábitos de supervivencia y muchos otros, infortunadamente, a sus estados normales de indiferencia.

Estos últimos son los sujetos-objeto de este texto, puesto que son ellos quienes abandonan su ciudadanía –absteniéndose de participar en la edificación permanente de la democracia y la protección de la república– en pos de seguir engordando sus falsas tecno-personas a través de lo que sea que se encuentre de moda en el momento, que, evidentemente, no pasa por ser vecinos activos y ejemplares.  De esta manera demuestran a todos los que otros ya sabemos: que no es el destino del país o el bienestar de sus connacionales lo que les mueve sino su propia vanidad. Por eso es que clichés tales como “hacer país” o “construir democracia” ya no entusiasman a nadie, pues son apenas eso: puros clichés.

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Que abracemos, siempre y sin excepción, al animal político que todos llevamos dentro.

Entonces tendremos el derecho pleno de exigir cosas y decirnos ciudadanos.