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La buena voluntad

¿Es tratar a las personas como fin en sí mismas, usarlas mediante engaños o amenazas para violar la ley, en este caso forzar la destitución de la fiscal general, para evitar el castigo por el delito cometido?  

.
Warren Orbaugh |
06 de noviembre, 2023

En la película de MARVEL Capitán América: el Primer Vengador, el doctor Abraham Erskine, un científico alemán, busca un candidato para suministrarle un suero experimental de su invención que transformaría al hombre elegido en un superhombre. Steve Rogers, un frágil alfeñique fue escogido, de entre los voluntarios, como el primer conejillo de indias, en un experimento donde podría perder la vida: el proyecto super soldado, que tenía por objetivo producir un batallón de soldados superiores, más fuertes y resistentes, expertamente entrenados y equipados para parar la agresión Nazi.  

Rogers pregunta, dado el hecho de que habiendo tantos candidatos en el batallón, físicamente más fuertes, agresivos y obedientes que él, “más soldados” en términos del coronel Chester Phillips, ¿por qué Erskine lo escogió a él para ser el primer espécimen del proyecto? La respuesta que le da Erskine es que lo que busca es un “buen hombre”, un “hombre de buena voluntad”, y que «después de la transformación debes seguir siendo un buen hombre».  

¿Qué significa un “hombre de buena voluntad”? Este concepto es central en el código moral de Kant quien lo elabora a partir de las reflexiones de Aristóteles. El estagirita formula en su Ética Nicomáquea que el acto voluntario es todo acto que está en poder del agente y que realiza a sabiendas, es decir, sin ignorar ni a la persona afectada ni al instrumento utilizado ni al resultado. Por tanto, sólo cuando un individuo actúa voluntariamente es su acción justa o injusta. Y solamente cuando se da una interrelación entre individuos es que sus acciones voluntarias pueden ser justas o no. Si las acciones voluntarias y deliberadas entre ambos interactuantes benefician a ambos o no dañan a ninguno, entonces son acciones justas, correctas. Dichos actos justos son producto de la buena voluntad. Por el contrario, si en la interrelación uno de los individuos voluntaria y deliberadamente causa daño o perjuicio a otro, habrá cometido una injusticia contra este último. Dicho acto injusto será producto de la mala voluntad. La buena voluntad es la intención consciente de actuar de acuerdo con lo que es correcto, lo que es justo. Y, por tanto, el hombre de buena voluntad es el que deliberadamente elige actuar de acuerdo con lo que es justo, con lo que es correcto. 

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¿Y qué es lo bueno? Kant identifica buena aquella acción que es correcta, que se hace conforme a la ley o principio natural de auto preservación. Una buena acción produce lo bueno que es entonces, aquello que preserva, protege, promueve y favorece la vida del organismo. Por tanto, el hombre debe, por ser lo correcto de acuerdo con su constitución natural, es decir, según su propósito por necesidad natural, proteger su vida y buscar su bienestar personal, en una palabra, su felicidad. Es correcto en tanto ser racional necesariamente desear que todos sus poderes sean desarrollados ya que le sirven para todo tipo de fines. 

La razón le sirve al hombre para deliberar sobre los medios adecuados para alcanzar sus fines, fines que han sido determinados por su voluntad o inclinación. Sin embargo, como razonar y razonar bien no son la misma cosa, no garantiza que habría de servirle para someter a esa débil y engañosa directriz de su capacidad volitiva que malversa el propósito de la naturaleza. Ahora asegurar la propia felicidad es un deber. Pero el mal razonamiento que no somete sus inclinaciones puede llevar a un hombre a comer en exceso con la consecuencia de poner en riesgo su salud por obesidad. O el deseo de ser feliz puede llevar fácilmente a la tentación de transgredir el deber natural de auto preservación. Porque todos los hombres, además del deber, tienen una fuerte inclinación a querer ser felices. Una inclinación puede sopesar más que una vacilante idea y, por ejemplo, un hombre padeciendo de gota puede elegir lo que disfruta, pensando que, en balance, la alegría del momento pesa más que la expectativa de mantener buena salud. Razonamiento similar hace quien bebe y fuma. Y también puede embriagarse hasta la idiotez poniendo en riesgo su vida. 

El concepto de un principio objetivo y razonable que el hombre elabora para guiar su acción, en tanto este principio sea requerido por una voluntad, se llama un mandato de la razón, y la fórmula de este mandato se llama imperativo. Todo imperativo se expresa por un “debe”. Por esto se marca la relación de una ley objetiva de la razón con una voluntad que no está necesariamente determinada por esta ley en virtud de su constitución subjetiva. Todo mandato imperativo es o hipotético o categórico.  

EL imperativo hipotético declara que una posible acción es prácticamente necesaria como medio para alcanzar un fin, es decir, algo que uno desea o que uno puede desear. Puede ser imperativo hipotético técnico o problemático cuando por ejemplo la prescripción de un médico para curar a su paciente y la de un asesino para envenenar a su víctima, son de igual valor en tanto que cada una sirve a su propósito perfectamente. 

Ahora, la habilidad en la elección de medios para fomentar la propia felicidad y bienestar puede denominarse prudencia, en el sentido de buscar lo que a uno le es ventajoso. Así pues, es un imperativo pragmático que se ocupa con la elección de medios para conseguir la propia felicidad – es decir, un mandato de prudencia – aún es hipotético: una acción que es comandada, no absolutamente, sino sólo como medio para un fin. 

El imperativo categórico es una fórmula general y universal de conducta correcta, justa, garantizada por la ley de no contradicción, que declara que una acción es objetivamente necesaria en sí misma, independientemente de su relación con un fin futuro. Es un imperativo que, sin fundamentarse en, ni condicionarse por, cualquier fin a alcanzar por determinada línea de conducta, impone esta conducta inmediatamente. A éste le atañe, no la materia de la acción y sus supuestos resultados, sino que la forma y los principios de los que sigue; y que lo esencialmente bueno en la acción consiste en la disposición mental, sean las consecuencias las que sean. Este imperativo categórico puede llamarse el imperativo de moralidad, (le atañe la conducta libre como tal – es decir, moral).  

El imperativo categórico nos señala Kant, se puede expresar de dos maneras: «Obra con respecto a todo ser racional – ya se trate de ti mismo o de cualquier otro – de tal modo que él valga como fin en sí», es en el fondo idéntico a «obra según una máxima que contenga a la vez dentro de sí a la vez su propia validez universal para todo ser racional».  

La acción o conducta prudencial adquiere valor moral sí y sólo sí se rige por los imperativos categóricos. Y la buena voluntad es la voluntad de actuar según el deber y el deber es el compromiso de actuar por reverencia a la ley moral. La diferencia entre el principio de la felicidad y el de la moralidad no resulta ser inmediatamente una oposición entre ambos, y la razón pura práctica no ordena que se renuncie a toda pretensión de felicidad, sino solamente que, cuando se trata del deber, no se tenga en consideración la felicidad. La esencia de todo valor moral de los actos depende de que la ley moral determine inmediatamente a la voluntad. El principio rector dice haz tal cosa porque es lo correcto; haz tal cosa porque es un deber; y no: haz tal cosa porque así conseguirás lo deseado.  

Es imposible concebir algo en el mundo que pueda tomarse como bueno sin calificación, excepto la buena voluntad. La inteligencia, el ingenio, el juicio y cualquier otro talento de la mente que se desee mencionar, o la valentía, resolución, determinación, como cualidades del temperamento, son sin duda buenos y deseables, pero pueden también ser malos y dañinos cuando la voluntad de usar esos talentos es mala, cuando la intención es mala. El autocontrol y la reflexión serena, buenas en muchos aspectos, pueden ser muy malas como cualidades de un bribón. 

Esta sentencia de Kant queda ejemplificada en Capitán América: el Primer Vengador en la oposición de dos figuras igualmente superdotadas con una capacidad física descomunal y una inteligencia superior, ambas producto del suero de Erskine, Steve Rogers y Johann Schmidt, Capitán América y Calavera Roja. Rogers es la imagen del hombre de buena voluntad quien elige usar sus capacidades para hacer lo correcto. Schmidt es la imagen del hombre de mala voluntad que elige usar sus capacidades para hacer cualquier cosa y a cualquier precio, sin importar a quien perjudique, ya sea a sí mismo o a otros, con tal de satisfacer su capricho. 

Ahora, la pregunta relevante es si Bernardo Arévalo y sus huestes de Semilla ¿son hombres de buena voluntad o no?  

¿Es hacer trampa para inscribir a un partido político mediante firmas de muertos, falsas y no consentidas una práctica que debiera ser una máxima de conducta universal? ¿Deberían entonces todos los partidos cometer el delito de falsedad ideológica para poder participar en las elecciones? ¿No haría esta práctica irrelevante las normas requeridas para participar? Y ¿no perjudicaría esta conducta a aquellos que si cumplen con las normas de participación? Y ¿no usarían a registradores y a votantes como objetos al engañarlos para alcanzar sus fines? 

¿Debiera ser una máxima de conducta universal para el acusado de un delito, (en este caso el delito de falsedad ideológica) presionar para que destituyan a los fiscales y jueces que lo investigan con el propósito de quedar impune? Y si todo delincuente lograra la destitución de los oficiales que lo investigan, ¿no haría entonces irrelevante el sistema de justicia?

¿Es tratar a las personas como fin en sí mismas, usarlas mediante engaños o amenazas para violar la ley, en este caso forzar la destitución de la fiscal general, para evitar el castigo por el delito cometido?  

¿Debiera ser una máxima de conducta universal impedir la movilización de las personas, perjudicando a quienes desean llegar a su destino para hacer aquello que les dicta su mejor juicio, con el propósito de presionar para forzar a que se concedan sus caprichos? ¿Debiera ser una máxima de conducta universal violar los derechos de los individuos para alcanzar uno sus objetivos? ¿Acaso no destruiría esa conducta la cooperación social? ¿No acabaría la convivencia en concordia? Si se convirtiera en práctica universal, ¿no conduciría a sustituir el estado de derecho por el estado de guerra? 

Es evidente que ninguna de las acciones de Bernardo Arévalo y sus huestes del grupo Semilla califican como imperativos morales. Es claro que no tienen la voluntad de hacer lo que es correcto, lo justo. Ellos eligen hacer cualquier cosa y a cualquier precio, sin importar a quien perjudique, ya sea a sí mismos o a otros, con tal de satisfacer su capricho de llegar al poder. Actúan de mala voluntad. Son en la vida real lo que Calavera Roja es en la ficción. 

 

El contenido en la sección de Opinión es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la postura o la línea editorial de República.

La buena voluntad

¿Es tratar a las personas como fin en sí mismas, usarlas mediante engaños o amenazas para violar la ley, en este caso forzar la destitución de la fiscal general, para evitar el castigo por el delito cometido?  

Warren Orbaugh |
06 de noviembre, 2023
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En la película de MARVEL Capitán América: el Primer Vengador, el doctor Abraham Erskine, un científico alemán, busca un candidato para suministrarle un suero experimental de su invención que transformaría al hombre elegido en un superhombre. Steve Rogers, un frágil alfeñique fue escogido, de entre los voluntarios, como el primer conejillo de indias, en un experimento donde podría perder la vida: el proyecto super soldado, que tenía por objetivo producir un batallón de soldados superiores, más fuertes y resistentes, expertamente entrenados y equipados para parar la agresión Nazi.  

Rogers pregunta, dado el hecho de que habiendo tantos candidatos en el batallón, físicamente más fuertes, agresivos y obedientes que él, “más soldados” en términos del coronel Chester Phillips, ¿por qué Erskine lo escogió a él para ser el primer espécimen del proyecto? La respuesta que le da Erskine es que lo que busca es un “buen hombre”, un “hombre de buena voluntad”, y que «después de la transformación debes seguir siendo un buen hombre».  

¿Qué significa un “hombre de buena voluntad”? Este concepto es central en el código moral de Kant quien lo elabora a partir de las reflexiones de Aristóteles. El estagirita formula en su Ética Nicomáquea que el acto voluntario es todo acto que está en poder del agente y que realiza a sabiendas, es decir, sin ignorar ni a la persona afectada ni al instrumento utilizado ni al resultado. Por tanto, sólo cuando un individuo actúa voluntariamente es su acción justa o injusta. Y solamente cuando se da una interrelación entre individuos es que sus acciones voluntarias pueden ser justas o no. Si las acciones voluntarias y deliberadas entre ambos interactuantes benefician a ambos o no dañan a ninguno, entonces son acciones justas, correctas. Dichos actos justos son producto de la buena voluntad. Por el contrario, si en la interrelación uno de los individuos voluntaria y deliberadamente causa daño o perjuicio a otro, habrá cometido una injusticia contra este último. Dicho acto injusto será producto de la mala voluntad. La buena voluntad es la intención consciente de actuar de acuerdo con lo que es correcto, lo que es justo. Y, por tanto, el hombre de buena voluntad es el que deliberadamente elige actuar de acuerdo con lo que es justo, con lo que es correcto. 

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¿Y qué es lo bueno? Kant identifica buena aquella acción que es correcta, que se hace conforme a la ley o principio natural de auto preservación. Una buena acción produce lo bueno que es entonces, aquello que preserva, protege, promueve y favorece la vida del organismo. Por tanto, el hombre debe, por ser lo correcto de acuerdo con su constitución natural, es decir, según su propósito por necesidad natural, proteger su vida y buscar su bienestar personal, en una palabra, su felicidad. Es correcto en tanto ser racional necesariamente desear que todos sus poderes sean desarrollados ya que le sirven para todo tipo de fines. 

La razón le sirve al hombre para deliberar sobre los medios adecuados para alcanzar sus fines, fines que han sido determinados por su voluntad o inclinación. Sin embargo, como razonar y razonar bien no son la misma cosa, no garantiza que habría de servirle para someter a esa débil y engañosa directriz de su capacidad volitiva que malversa el propósito de la naturaleza. Ahora asegurar la propia felicidad es un deber. Pero el mal razonamiento que no somete sus inclinaciones puede llevar a un hombre a comer en exceso con la consecuencia de poner en riesgo su salud por obesidad. O el deseo de ser feliz puede llevar fácilmente a la tentación de transgredir el deber natural de auto preservación. Porque todos los hombres, además del deber, tienen una fuerte inclinación a querer ser felices. Una inclinación puede sopesar más que una vacilante idea y, por ejemplo, un hombre padeciendo de gota puede elegir lo que disfruta, pensando que, en balance, la alegría del momento pesa más que la expectativa de mantener buena salud. Razonamiento similar hace quien bebe y fuma. Y también puede embriagarse hasta la idiotez poniendo en riesgo su vida. 

El concepto de un principio objetivo y razonable que el hombre elabora para guiar su acción, en tanto este principio sea requerido por una voluntad, se llama un mandato de la razón, y la fórmula de este mandato se llama imperativo. Todo imperativo se expresa por un “debe”. Por esto se marca la relación de una ley objetiva de la razón con una voluntad que no está necesariamente determinada por esta ley en virtud de su constitución subjetiva. Todo mandato imperativo es o hipotético o categórico.  

EL imperativo hipotético declara que una posible acción es prácticamente necesaria como medio para alcanzar un fin, es decir, algo que uno desea o que uno puede desear. Puede ser imperativo hipotético técnico o problemático cuando por ejemplo la prescripción de un médico para curar a su paciente y la de un asesino para envenenar a su víctima, son de igual valor en tanto que cada una sirve a su propósito perfectamente. 

Ahora, la habilidad en la elección de medios para fomentar la propia felicidad y bienestar puede denominarse prudencia, en el sentido de buscar lo que a uno le es ventajoso. Así pues, es un imperativo pragmático que se ocupa con la elección de medios para conseguir la propia felicidad – es decir, un mandato de prudencia – aún es hipotético: una acción que es comandada, no absolutamente, sino sólo como medio para un fin. 

El imperativo categórico es una fórmula general y universal de conducta correcta, justa, garantizada por la ley de no contradicción, que declara que una acción es objetivamente necesaria en sí misma, independientemente de su relación con un fin futuro. Es un imperativo que, sin fundamentarse en, ni condicionarse por, cualquier fin a alcanzar por determinada línea de conducta, impone esta conducta inmediatamente. A éste le atañe, no la materia de la acción y sus supuestos resultados, sino que la forma y los principios de los que sigue; y que lo esencialmente bueno en la acción consiste en la disposición mental, sean las consecuencias las que sean. Este imperativo categórico puede llamarse el imperativo de moralidad, (le atañe la conducta libre como tal – es decir, moral).  

El imperativo categórico nos señala Kant, se puede expresar de dos maneras: «Obra con respecto a todo ser racional – ya se trate de ti mismo o de cualquier otro – de tal modo que él valga como fin en sí», es en el fondo idéntico a «obra según una máxima que contenga a la vez dentro de sí a la vez su propia validez universal para todo ser racional».  

La acción o conducta prudencial adquiere valor moral sí y sólo sí se rige por los imperativos categóricos. Y la buena voluntad es la voluntad de actuar según el deber y el deber es el compromiso de actuar por reverencia a la ley moral. La diferencia entre el principio de la felicidad y el de la moralidad no resulta ser inmediatamente una oposición entre ambos, y la razón pura práctica no ordena que se renuncie a toda pretensión de felicidad, sino solamente que, cuando se trata del deber, no se tenga en consideración la felicidad. La esencia de todo valor moral de los actos depende de que la ley moral determine inmediatamente a la voluntad. El principio rector dice haz tal cosa porque es lo correcto; haz tal cosa porque es un deber; y no: haz tal cosa porque así conseguirás lo deseado.  

Es imposible concebir algo en el mundo que pueda tomarse como bueno sin calificación, excepto la buena voluntad. La inteligencia, el ingenio, el juicio y cualquier otro talento de la mente que se desee mencionar, o la valentía, resolución, determinación, como cualidades del temperamento, son sin duda buenos y deseables, pero pueden también ser malos y dañinos cuando la voluntad de usar esos talentos es mala, cuando la intención es mala. El autocontrol y la reflexión serena, buenas en muchos aspectos, pueden ser muy malas como cualidades de un bribón. 

Esta sentencia de Kant queda ejemplificada en Capitán América: el Primer Vengador en la oposición de dos figuras igualmente superdotadas con una capacidad física descomunal y una inteligencia superior, ambas producto del suero de Erskine, Steve Rogers y Johann Schmidt, Capitán América y Calavera Roja. Rogers es la imagen del hombre de buena voluntad quien elige usar sus capacidades para hacer lo correcto. Schmidt es la imagen del hombre de mala voluntad que elige usar sus capacidades para hacer cualquier cosa y a cualquier precio, sin importar a quien perjudique, ya sea a sí mismo o a otros, con tal de satisfacer su capricho. 

Ahora, la pregunta relevante es si Bernardo Arévalo y sus huestes de Semilla ¿son hombres de buena voluntad o no?  

¿Es hacer trampa para inscribir a un partido político mediante firmas de muertos, falsas y no consentidas una práctica que debiera ser una máxima de conducta universal? ¿Deberían entonces todos los partidos cometer el delito de falsedad ideológica para poder participar en las elecciones? ¿No haría esta práctica irrelevante las normas requeridas para participar? Y ¿no perjudicaría esta conducta a aquellos que si cumplen con las normas de participación? Y ¿no usarían a registradores y a votantes como objetos al engañarlos para alcanzar sus fines? 

¿Debiera ser una máxima de conducta universal para el acusado de un delito, (en este caso el delito de falsedad ideológica) presionar para que destituyan a los fiscales y jueces que lo investigan con el propósito de quedar impune? Y si todo delincuente lograra la destitución de los oficiales que lo investigan, ¿no haría entonces irrelevante el sistema de justicia?

¿Es tratar a las personas como fin en sí mismas, usarlas mediante engaños o amenazas para violar la ley, en este caso forzar la destitución de la fiscal general, para evitar el castigo por el delito cometido?  

¿Debiera ser una máxima de conducta universal impedir la movilización de las personas, perjudicando a quienes desean llegar a su destino para hacer aquello que les dicta su mejor juicio, con el propósito de presionar para forzar a que se concedan sus caprichos? ¿Debiera ser una máxima de conducta universal violar los derechos de los individuos para alcanzar uno sus objetivos? ¿Acaso no destruiría esa conducta la cooperación social? ¿No acabaría la convivencia en concordia? Si se convirtiera en práctica universal, ¿no conduciría a sustituir el estado de derecho por el estado de guerra? 

Es evidente que ninguna de las acciones de Bernardo Arévalo y sus huestes del grupo Semilla califican como imperativos morales. Es claro que no tienen la voluntad de hacer lo que es correcto, lo justo. Ellos eligen hacer cualquier cosa y a cualquier precio, sin importar a quien perjudique, ya sea a sí mismos o a otros, con tal de satisfacer su capricho de llegar al poder. Actúan de mala voluntad. Son en la vida real lo que Calavera Roja es en la ficción. 

 

El contenido en la sección de Opinión es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la postura o la línea editorial de República.