Déjenlos pasar. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.
Casi todos tenemos familiares que se arriesgaron a irse de ilegales para Estados Unidos. Ahora pueden avisarnos por dónde andan con ayuda de los teléfonos celulares; antes demoraban meses para enterarnos si tuvieron éxito en su empresa, cayeron en manos de la migra estadounidense, los prensó la policía judicial mexicana, o sucumbieron a la travesía del desierto.
Alguna que otra llamada entraba por cobrar al único teléfono disponible en la cuadra para avisarnos que estaban bien, gracias a Dios, o darnos la mala noticia de que no se les había vuelto a ver desde que la border patrol los correteó apenas alcanzaron la otra orilla del río Bravo.
En estos días nos encontramos con las noticias de los grupos de hondureños, cubanos y haitianos detenidos en carreteras de la costa sur y el oriente del país junto a personas procedentes de Nepal, Uzbekistán, Bangladés y demás naciones de las que tuvimos noticia de su existencia gracias al Almanaque Mundial.
- Deberías leer: Cambio de nombre
Policías y funcionarios de migración se apresuran a cumplir con su deber, desoyen las súplicas de los detenidos, toman nota de sus nombres lo mejor que pueden y los mandan de regreso por donde entraron.
Nadie puede quedarse indiferente ante el terror impuesto por las pandillas en Honduras, las carencias materiales que afligen a Cuba y las calamidades que asuelan a Haití desde que los esclavos negros sublevados contra sus amos franceses proclamaron su independencia en 1804.
Pero obedecen a los mandatos y las órdenes enviadas desde el alto mando de los Estados Unidos para contener la migración. Aún aletean los acuerdos del tercer país seguro impuestos por Donald J. Trump y se apresuran a hacerles caso para demostrar que son eficientes. Y ya sabemos, los gringos están alarmados al constatar que hay menos blanquitos y más morenitos entre sus habitantes.
Aunque los desesperen al obligarlos a no moverse más allá de Tapachula, el tren de carga conocido como La Bestia se trague a unos cuantos y dispersen sus caravanas a golpes de bastón, los migrantes persisten.
Su brújula marca hacia el norte y hacia el norte van. Atrás dejaron las selvas del Darién, los largos recorridos a pie o en autobús, los asaltos, las violaciones, el despojo de los pocos bienes que llevan consigo. No sufrieron todas esas penalidades por gusto y no renunciarán ante la cercanía de la meta.
Casi todos tenemos a un ascendiente lejano o cercano que se mudó de su pueblo o de su país, buscó dónde hacer su vida, logró que dejaran de verlo como «el forastero» y fundó nuestra estirpe. En nombre de ese antepasado que se atrevió a salir de su lugar de origen, les pido: «déjenlos pasar».
Nada les cuesta. La vida da sus vueltas: puede que la autoridad de ayer se vea obligada a agarrar camino hoy. Entonces sabrán lo que es salir de casa con lo poco que se lleva puesto y respirar hondo para enfrentarse a la persecución y los asaltos con tal de mejorar de vida.
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Pero obedecen a los mandatos y las órdenes enviadas desde el alto mando de los Estados Unidos para contener la migración. Aún aletean los acuerdos del tercer país seguro impuestos por Donald J. Trump y se apresuran a hacerles caso para demostrar que son eficientes. Y ya sabemos, los gringos están alarmados al constatar que hay menos blanquitos y más morenitos entre sus habitantes.
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Nada les cuesta. La vida da sus vueltas: puede que la autoridad de ayer se vea obligada a agarrar camino hoy. Entonces sabrán lo que es salir de casa con lo poco que se lleva puesto y respirar hondo para enfrentarse a la persecución y los asaltos con tal de mejorar de vida.
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