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Historias Urbanas | Siempre presentes

Invitado
26 de septiembre, 2021

Siempre presentes. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

El martes recibí recordatorio de tu cumpleaños. Abriste dos cuentas, supongo que una personal y otra para divulgar tus trabajos. Tus perfiles siguen como testimonio de tu paso por la vida. Dan fe de que disfrutabas los paseos con tus niños; tu afán por aprender se refleja en los diplomas que obtenías al cierre de cada curso que tomabas a distancia. Más de alguien te escribió deseando el descanso eterno para tu alma y bendiciones para tus hijos. Fui a comprar una candela y la prendí a tu memoria.

Las redes sociales se las arreglan para recordarnos a los amigos que ya partieron de este mundo. Ahí siguen sus quejas acerca de la gente que tira basura en la calle, el plato de comida que saborearon en el almuerzo y su paseo por las ruinas de Iximché. Nunca pensamos que un accidente de tránsito, de repente un asalto a mano armada, o tal vez una enfermedad incubada por años, nos saque de circulación antes de lo esperado. Pocos adelantan qué hacer con sus cuentas después de que se mueran.

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Miré por la ventana. La ciudad crece, las distancias se multiplican, la permanencia voluntaria en carro se prolonga de dos a tres horas con tal de llegar de una zona a otra. Lo pensamos y repensamos antes de anunciar nuestras visitas. El ciberespacio se acerca al vernos indecisos y nos ofrece esa cercanía engañosa con nuestros semejantes. Decimos que sí y al poco rato estrenamos nuestro puesto. Aprobamos algunas publicaciones, otras nos irritan, a veces nos enzarzamos en discusiones interminables para deleite de los espectadores.

Nos acostumbramos a esos encuentros virtuales; rara vez marcamos el número de teléfono de las personas que nos son cercanas. Olvidamos los acentos de cada quien, el tono confidencial a la hora de compartir algún chisme, todos esos detalles que aportan sabor y calidez a la plática. Hasta nos tornamos irreconocibles para los demás: la foto de perfil no coincide con el aspecto actual del retratado. Las entradas van de salida, el pelo cambió de color, hace falta andar con los lentes puestos para no dar pasos en falso.

Habría que dejar instrucciones acerca de qué hacer con nuestros perfiles cuando nos muramos. Sabemos que algún día nos reuniremos con nuestros antepasados; queremos atrasar ese encuentro tanto como podamos. Queremos seguir acá tanto como podamos, así los nuestros se endeuden con tal de cubrir los gastos de la quimioterapia, la diálisis y la respiración artificial.

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Jorge Godínez: “Aquí ni siquiera es pan y circo, yo diría que es fut y guaro”

Nueva voz a la vista

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El martes recibí recordatorio de tu cumpleaños. Abriste dos cuentas, supongo que una personal y otra para divulgar tus trabajos. Tus perfiles siguen como testimonio de tu paso por la vida. Dan fe de que disfrutabas los paseos con tus niños; tu afán por aprender se refleja en los diplomas que obtenías al cierre de cada curso que tomabas a distancia. Más de alguien te escribió deseando el descanso eterno para tu alma y bendiciones para tus hijos. Fui a comprar una candela y la prendí a tu memoria.

Las redes sociales se las arreglan para recordarnos a los amigos que ya partieron de este mundo. Ahí siguen sus quejas acerca de la gente que tira basura en la calle, el plato de comida que saborearon en el almuerzo y su paseo por las ruinas de Iximché. Nunca pensamos que un accidente de tránsito, de repente un asalto a mano armada, o tal vez una enfermedad incubada por años, nos saque de circulación antes de lo esperado. Pocos adelantan qué hacer con sus cuentas después de que se mueran.

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Nos acostumbramos a esos encuentros virtuales; rara vez marcamos el número de teléfono de las personas que nos son cercanas. Olvidamos los acentos de cada quien, el tono confidencial a la hora de compartir algún chisme, todos esos detalles que aportan sabor y calidez a la plática. Hasta nos tornamos irreconocibles para los demás: la foto de perfil no coincide con el aspecto actual del retratado. Las entradas van de salida, el pelo cambió de color, hace falta andar con los lentes puestos para no dar pasos en falso.

Habría que dejar instrucciones acerca de qué hacer con nuestros perfiles cuando nos muramos. Sabemos que algún día nos reuniremos con nuestros antepasados; queremos atrasar ese encuentro tanto como podamos. Queremos seguir acá tanto como podamos, así los nuestros se endeuden con tal de cubrir los gastos de la quimioterapia, la diálisis y la respiración artificial.

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